martes, 20 de octubre de 2015

SAMUEL BECKETT

Samuel Beckett
Poeta, novelista y destacado dramaturgo del teatro del absurdo. De origen irlandés, en 1969 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.

 Beckett nació el 13 de abril de 1906, en Foxrock, cerca de Dublín. Tras asistir a una escuela protestante de clase media en el norte de Irlanda, ingresó en el Trinity College de Dublín, donde obtuvo la licenciatura en lenguas romances en 1927 y el doctorado en 1931.

Entretanto pasó dos años como profesor en París. Al mismo tiempo continuó estudiando al filósofo francés René Descartes y escribió su ensayo crítico Proust (1931), que sentaría las bases filosóficas de su vida y su obra. Fue entonces cuando conoció al novelista y poeta irlandés James Joyce, del cual fue traductor y a quien pronto le unió una fuerte amistad.

 Entre 1932 y 1937 escribió y viajó sin descanso y desempeñó diversos trabajos para incrementar los ingresos de la pensión anual que le ofrecía su padre, cuya muerte en 1933 le supuso un duro golpe.

En 1937 se estableció definitivamente en París, pero en 1942, tras adherirse a la Resistencia, tuvo que huir de la Gestapo, la policía secreta nazi. En el sur de Francia, libre de la ocupación alemana, Beckett escribió la novela Watt (que no se publicó hasta 1953).



Al final de la guerra regresó a París, donde produjo cuatro grandes obras: su trilogía Molloy (1951), Malone muere (1951) y El innombrable (1953), novelas que el propio autor consideraba su mayor logro, y la obra de teatro Esperando a Godot (1952), su obra maestra en opinión de la mayoría de los críticos.



Gran parte de su producción posterior a 1945 fue escrita en francés. Otras obras importantes, publicadas en inglés, son Final de partida (1958), La última cinta (1959), Días felices (1961), Acto sin palabras (1964), No yo (1973), That Time (1976) y Footfall (1976); los relatos Murphy 1938) y Cómo es (1964); y dos colecciones de Poemas (1930 y 1935). Una de sus últimas obras es Compañía (1980), donde resume su actitud de explorar lo inexplorable.



Murphy, que escribió en inglés, y en cuyas páginas se notan las influencias de su vida de aquel entonces, la época en que lo escribió: Dublín, Londres, sus calles, sus tabernas, sus jardines y sus viviendas.

En  Murphy no importa el argumento (gente que busca a Murphy, un hombre que se niega a trabajar y que posee cierta descoordinación entre su mente y su cuerpo), sino el estilo, la prosa, deslumbrante de metáforas, de juegos de palabras (el traductor merece una medalla), de ingenio y, sobre todo, de un humor irlandés que a veces te empuja a soltar una carcajada. 

Porque el narrador, omnisciente, a menudo apostilla y comenta las acciones o los pensamientos de los personajes, y lo hace con un sarcasmo envidiable, con un  humor irlandés, los juegos de palabras, la erudición matizada con coñas, el ambiente tabernario con borrachos y prostitutas, etc. Murphy debe leerse despacio, disfrutando, sólo por el placer de la literatura, por el placer de recrearse en la prosa de Samuel Beckett.

Un fragmento:


Es una desgracia lamentable, pero hemos llegado al punto de este relato en que no hay más remedio que intentar una justificación de la expresión “la mente de Murphy”. Por suerte, no tenemos que ocuparnos de tal artilugio según era realmente –lo cual sería una extravagancia y una impertinencia–, sino tan sólo de lo que él mismo se sentía y se figuraba ser. Después de todo, la mente de Murphy es el fondo de todas las presentes informaciones. Dedicándole una breve sección en este punto, nos veremos libres de volver a excusarnos por su existencia.

Se considera en general que su obra maestra es Esperando a Godot (1953). La pieza se desarrolla en una carretera rural, sin más presencia que la de un árbol y dos vagabundos, Vladimir y Estragón, que esperan, un día tras otro, a un tal Godot, con quien al parecer han concertado una cita, sin que se sepa el motivo. Durante la espera dialogan interminablemente acerca de múltiples cuestiones, y divagan de una a otra, con deficientes niveles de comunicación.

En otra de sus piezas, Días felices (1963, escrita en inglés en 1961), lo impactante es su original puesta en escena: la cincuentona Winnie se halla enterrada prácticamente hasta el busto en una especie de promontorio. Habla y habla sin tregua, mientras su marido Willie, siempre cerca pero siempre ausente, se limita a emitir de vez en cuando, como réplica o asentimiento, un gruñido. Winnie repite a diario los mismos actos, recuenta las pertenencias de su bolso, siempre idénticas, y, sobre todo, recuerda las mismas cosas triviales e intrascendentes, pero que constituyen sus «días felices».

Tanto en sus novelas como en sus obras, Beckett centró su atención en la angustia indisociable de la condición humana, que en última instancia redujo al yo solitario o a la nada. Asimismo experimentó con el lenguaje hasta dejar tan sólo su esqueleto, lo que originó una prosa austera y disciplinada, sazonada de un humor corrosivo y alegrado con el uso de la jerga y la chanza.

Su ruptura con las técnicas tradicionales dramáticas y la nueva estética que proponía le acercaban al rumano E. Ionesco, y suscitó la etiqueta de «anti-teatro» o «teatro del absurdo«. Se trata de un teatro estático, sin acción ni trucos escénicos, con decorados desnudos, de carácter simbólico, personajes esquemáticos y diálogos apenas esbozados. Es la apoteosis de la soledad y la insignificancia humanas, sin el menor atisbo de esperanza.

Su influencia en dramaturgos posteriores, sobre todo en aquellos que siguieron sus pasos en la tradición del absurdo, fue tan notable como el impacto de su prosa. 

El teatro de Beckett adquiere tonos existencialistas, en su exploración de la radical soledad y el desamparo de la existencia humana y en la drástica reducción del argumento y los personajes a su mínima expresión, lo cual se refleja así mismo en su prosa, austera y disciplinada, aunque llena de un humor corrosivo. En el año 1969 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.

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